jueves, 5 de noviembre de 2009

Vida absurda



¿Por qué no aprenderé a cerrar la puñetera boca en el momento adecuado? ¿Por qué no puedo contener esas irresistibles ganas de ponerle la puntilla a una situación incómoda? ¿Por qué tengo que hacer gilipolleces? y lo peor de todo ¿por qué siempre me pillan?


Cuando hablo de esto me viene a la cabeza un curioso caso que ocurrió en clase hace un año, y que diría que fue el culmen de mi acabamiento. Después de eso no podía caer más bajo, y no podía hacer el ridiculo de una forma más evidente. Y lo peor es que siempre me pillan, JODER.

Hora: No sé, a media mañana. Entre el desayuno y la comida
Lugar: Clase (El nombre de la asignatura era muy dificil y mi cabeza ha decidido eliminarlo)
Cantidad de gente: Media/Bastante
Tiempo: Ni puta idea, estaba en clase.

Teníamos que hacer una práctica de nosequécojones. Una de esas prácticas de las que tenemos otras 452312786 al año. Estaba aburrido, y era uno de esos días que (tal vez por el jodido efecto del café. Esto es un tema que algun día trataré, porque a mi el café me afecta mucho y mal) Tenía ganas de hacer gilipolleces.
El Sr. Rosa se levantó, y se dirigió a la mesa del profesor con la hoja en la mano a intentar resolver las dudas que asaltaban su incompetente cabeza. El profesor permanecía sumergido en su mundo profesional dentro de la pantalla de su ordenador.
Yo lo ví, ví como se acercaba lentamente, por el pasillo de la derecha del aula. Cómo subía lentamente el escalón de la tarima. Cómo el profesor le miraba y le pedía explicaciones con la mirada. Yo ví, sentado desde mi sitio como él le mostraba sus dudas, y el profesor, a mucha honra le soltaba una de esas parrafadas de 15 minutos que no soporta nadie. Yo, desde mi silla, ví como el Sr. Rosa se aburría, y miraba de vez en cuando a sus alrededores, y a sus compañeros. Bucaba algo que le distrajese. Y ahí estaba yo, mirandole. Era mi momento. Y todo sucedió como en las películas, cuando hay un momento de esos tensos: a camara lenta.
Cerré el puño, y me llevé la mano a la boca con un movimiento ascendente y descendente, simulando una "guarrerida" que por que no caiga el desprestigio de este blog (aunque no tengamos) no nombraré.

El Sr. Rosa se rió.

Yo, como buen capullo que soy, seguí, es más, aumenté la brutalidad del movimiento para hacerlo más exagerado, y más gracioso. Cerre los ojos y me metí de lleno en mi papel.
Al abrirlos se me calló el mundo.
El profesor estaba quieto, había dejado de explicarle al Sr. Rosa para mirarme a mí. Yo seguía con la mano en la boca.
Y... ¿Qué se hace en esos caso, cuando sabes que has perdido toda dignidad, pero tienes que disimular para ver si cuela?... Fingir que bostezas.
Demasiado tarde.
Su cara (la del profesor) lo dijo todo.
Ya no pude volver a mirarle sin tener la sensación de que pensaba que las conexiones de mi cerebro eran erroneas.

Luego el Sr. Rosa, y muchos otros que lo habían visto, tuvieron tema para reirse de mi, como mínimo lo que queda de día, de mes, de año, y de vida.

Son cosas que no podemos evitar. Nos gusta hacer el ridículo por naturaleza.

Porque la vida a veces, por no decir siempre, resulta absurda.




4 comentarios:

  1. Creo que has confundido "incompetente" con "brillante". Te lo perdono porque, aparte de disléxico, te gusta mucho hacer "movimientos exagerados con la mano".

    ResponderEliminar
  2. recuerdo ese momento... recuerdo tu cara de vergüenza y como te escondías por si volvía a mirarte. Pero no ahora de más ridículos en clase... con paciencia, más entradas en el blog :-)

    ResponderEliminar
  3. Y yo me lo perdí.


    Malditas supermodelos sedientas de sexo...

    ResponderEliminar